Soy Zoé. Estoy acabando mis prácticas en Gudog y al haber estado tan cerca de perritos este verano, he querido escribir una historia sobre mi relación con ellos. He elegido contaros por qué fui voluntaria en un refugio para perros y lo que me aportó esa experiencia. 

Marzo 2008, a mis 12 años, con el sueño de ser veterinaria, llegué a Chipre para vivir allí 3 meses. Una isla llena de gatos y perros abandonados, lo cual rompió mi corazón. Quería ayudar. Mamá encontró el Refugio de Perros de Nicosia y me dí cuenta de que podía hacerlo.

Como madre dedicada intentando abrir los ojos de sus niños a la dura realidad de los animales abandonados, y queriendo hacernos feliz en nuestro deseo de salvarles, nos condujo a mi hermano de 9 años y a mí cada sábado a hacer un voluntariado con perros. No era una decisión basada en el pensamiento de que si no hacía nada nadie lo iba a hacer, sino que justo yo quería formar parte de esa gente que ayudaba.

Ubicado en frente del antiguo aeropuerto de Nicosia, en la zona desmilitarizada de las Naciones Unidas de la isla dividida, una zona un poco inquietante y desierta, el refugio de perros no parecía acogedor desde lejos. El sol era demasiado caliente, el olor de los perros demasiado fuerte, y había vallas de metal altas alrededor de donde los guardaban. Pero una vez llegué pude ver la dedicación de la gente que trabajaba ahí y enseguida tuve muchas ganas de unirme. La rutina se basaba en bañar, pasear, dar de comer, y sobre todo, dar cariño y amor a estos perritos constantemente. En cada habitación había muchos perros, pues Chipre, al ser una isla, provoca que cualquier animal que llega ahí se reproduzca y no pueda salir. Había una superpoblación de gatos y perros callejeros y eso me rompió el corazón. Recuerdo que estábamos solos mi hermano y yo con los hombres que allí trabajaban a cargo de todo el refugio. Mamá nos dejaba por la mañana y ayudábamos en todo lo posible.

Yo me encargaba de los cachorros la mayoría del tiempo, lo que para mí era la mejor parte. Sentada en una jaula de madera con una docena de cachorros golden retrievers, rottweilers, y mestizos, lloriqueando, dándome lametazos y trepando sobre mí. Eran tan pequeños que cabían en la palma de mi mano y yo me dedicaba a buscar un sitio con sombra y darles mimos durante todo el día. Me acuerdo de una cachorra en particular, una pequeña rottweiler que era tan joven que ni siquiera podía abrir sus ojos. Era tan gordita y suave, y me chupaba los dedos intentando encontrar leche. Adorable pero desgarrador. Ya no tenía a su mamá y yo me moría de ganas por salvarla. La llamé “Burbuja” y le dí todo mi amor y atención, meciéndola en mis brazos cada sábado durante 3 meses.  

También había que pasear a los perros. Imaginaos dos niños con 5 correas cada uno, con perros grandes atados a cada una. Eran muy nerviosos y se hacía casi imposible caminar tranquilamente con ellos. Era costoso pero valía la pena verles correr y jugar fuera.

Estos animales quieren ser queridos, merecen ser queridos. Los perros son unas de las criaturas más puras de este planeta, agradecidos y con gran capacidad de dar amor incondicional. La mejor sensación que recuerdo de mi voluntariado es entrar en la jaula de cachorros y tener a doce perritos saltando encima para que les des mimos. También es la parte más difícil porque te hace ver cuánto necesitan esta atención constante porque no tienen una familia permanente para dársela. No era una persona de perros antes de hacer el voluntariado. Decidí hacerlo porque era una persona de animales, pero ahora sé que hacer un voluntariado y/o adoptar puede cambiar la vida de un perro. Y la tuya.

Esa experiencia me enseñó 3 cosas:

  • Adopta perros, no compres. Deja a un lado tus deseos de tener un perro de raza pura y busca en un refugio. Podrías salvar una vida.
  • No descuides esterilizar y castrar a tus perros, evitarás abandonos. Sí, los cachorros son muy monos pero no hacerlo solo traerá más perros que necesiten una casa y quizá no tengan la suerte de encontrarla.
  • Cada pequeña cosa ayuda. Haz tu parte, haz voluntariado. Aunque pienses que es inútil, que no cambiará la situación, lo hará al menos un poco. La gente que está a cargo del refugio siempre agradecerá otro par de manos para bañar a los perros y limpiar las jaulas, y los perros siempre darán la bienvenida a alguien que quiere jugar con ellos y darles mimos. 

Hacer voluntariado en un refugio no solo hace sentir a los perros que son queridos, sino que te hará sentir que has ayudado en hacer de este mundo un sitio un poco mejor.

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